miércoles 0 comentarios

Excesiva certeza

TribuT, Jean Luc Cornec


Para que no se infecte la herida
de la excesiva certeza,
¿no sería saludable
que un rato cada día
dudáramos de todo?
Antes de acabar entre los muros
de alguna verdad absoluta,
o de que nuestras palabras resuenen
como productos que caen
de esas máquina expendedora
de veinticuatro horas.
Antes de que la rutina nos imponga
la ilusión de haberlo visto todo,
o de que el telón baje y los aplausos
nos sorprendan dormidos y sordos,
 ¿no sería mejor andar sin rumbo
un buen rato cada día
hasta encontrarnos
perdidos y confusos?
Así, llenos de dudas,
perdidos y confusos,
al menos durante un rato,
cada día estaríamos de nuevo
en situación de encontrar
largos y humildes silencios.
Y al fin, quizás, encontraríamos
nuevas preguntas.
0 comentarios

Telarañas

Fotografía: Chema Madoz.

Entre las ramas de un árbol, telarañas cargadas de palabras, hilos de significados que se confunden con la niebla. 
 En esta telaraña nos comunicamos, no más hondo, sino más rápido. Los pegajosos hilos se fracturan como espejos mordidos por interferencias. Los mensajes agujerean al receptor. Absorben su energía. Sin darse cuenta, el receptor se convierte en un colador. Lleno de agujeros, no puede contener nada. Así queda, vacío, atrapado en la tela de araña.  
Entre las ramas de un árbol,  telas de araña que son trampas para la atención ignorada. Como en la magia del ilusionista, el truco está en la velocidad y en la desviación de los ojos de lo que realmente importa. Entonces, la ‘magia’ sucede. La araña parece no existir. Está disfrazada de bosque, de luces, de sombras. Quizás espera sin prisa, segura de sus capturas, camuflada, entre grietas de nuestra mente. 
Entre las ramas de un árbol, dos espejos enfrentados: una tela de araña y nuestra mente. Enfrentados y obligados a reflejarse y distorsionarse mutuamente. La telaraña refleja nuestra mente. A su vez, la mente interpreta como un relato propio la tela de la araña. Se produce una emoción de infinito. Pero luego, la nada.
Entre las ramas de un árbol, telarañas cargadas de palabras, hilos de significados que se confunden con la niebla. Eficaz trampa, pero ¿dónde está la araña?.
martes 0 comentarios

DE TIRANOS Y MERCADERES

Imagen: Eugenia Loli (collage).





Qué ingenuos eran los tiranos y los mercaderes
de los esclavos de antaño.
Hoy las cadenas y las cárceles no son gratis,
es necesario comprarlas en las subastas
y en las redes y los mercados del mundo.

Hoy se venden cárceles hechas a la medida
de cualquiera de nuestros deseos,
de cualquiera de nuestras necesidades,
y hay tutoriales paso a paso indicando
como se construyen los mejores barrotes.
Hoy puedes elegir si quieres tu cárcel
con ventana o sin ventana,
con ojos y oídos en las paredes o sin ellos;
o si quieres vivir con espejo o sin espejo.

Qué ingenuos, 
regalaban las cadenas y las cárceles
y se creían dueños y amos del mundo.

Hoy cada cual es su propio dueño y tratante
y su propio tirano,
y el exclusivo mercader
de su propia esclavitud.
domingo 0 comentarios

Sólo palabras. Y no.




Las palabras son nubes. Van y vienen.
Se dejan caer como lluvia sobre la página.
Son tinta diluida, charcas que reflejan
sombras del pensamiento. 
Y no.

Las palabras son tijeras. Recortan lo que vemos.
Contornos de espacios vacíos o llenos.
Vacíos que adoptan la forma
de nuestros silencios. 
Y no.

Las palabras son agujeros en la piel que nos separa,
remiendos en los párpados, hilos que enhebran
collares de esperanzas. Toboganes que conducen
con vértigo hacia dentro.
Y no.  

Las palabras son ojos que palpan
lo que no puede ser tocado;
son huellas que marcan recorridos
en la arena de unos labios.
Y no.  
Las palabras son sólo palabras.
Y no.
miércoles 0 comentarios

Nostalgia del presente

 
"Take my breath away" de Marcwildpassion

En aquel preciso momento el hombre se dijo:/ Qué no daría yo por la dicha/ de estar a tu lado en Islandia/ bajo el gran día inmóvil/ y de compartir el ahora/ como se comparte la música/ o el sabor de la fruta./ En aquel preciso momento/ el hombre estaba junto a ella en Islandia. (J.L. Borges)


Cargados de pesados equipajes. Como terminan los destinos cuando ya no hay viaje, ni casa, apenas un maltrecho cuerpo al que volver. Aquello acabó quizás antes del inicio del viaje, cuando ya sólo hubo rutinas, acciones vacías, o sombras moviéndose sin objetos entre las miradas sin caminos. O terminó cuando ya no hubo luz en la mirada.

Pero no acabó la nostalgia. Quizás sí, las preguntas. ¿Había un presente sin ella, sin él? ¿Dónde, cuándo, cómo? La nostalgia estaba cargada de sabores compartidos, de sonidos proyectados como un mismo aire respirado; la piel como una prolongación de la otra piel, las salivas mezcladas como se mezclan el sabor de la fruta y el tacto de los labios. La nostalgia era la sombra del vivir el mismo instante y que ese breve tiempo pudiera intercambiarse: tan pronto fuera espacio, tan pronto fuera tiempo. La nostalgia del presente era eso, nostalgia del tiempo y espacio siendo por fin una y la misma cosa.

En aquel presico momento el hombre se dijo: qué no daría yo por la dicha de estar totalmente en el ahora, bajo el gran día inmóvil y de compartir la muerte de cada instante como se comparte la luz que nos envuelve. En aquel preciso momento el hombre estuvo abrazado a la luz un breve instante. Pero enseguida comenzó la nostalgia del presente.
 
domingo 0 comentarios

Dibujo


©Evenliu photo manipulation


Dibujo una barca. Perfilo despacio, con detalle. Luego, entro en ella con los pies desnudos. Todavía la tinta de las líneas está fresca cuando piso el fondo, así que mis pies se manchan y dejan huellas mientras avanzo despacio a sentarme en la proa.
En la barca, en su fondo, como si de peces se tratara, hay palabras que se agitan húmedas, agonizantes, casi muertas. Reconozco la palabra 'amor'; también, la palabra 'muerte'. A pesar de las apariencias, las dos siguen vivas y coletean y saltan, y suenan como látigos sobre el casco. Es un sonido seco, apagado. Pero están aún tan vivas que logran saltar de nuevo al agua y oigo el chapoteo cuando penetran en la superficie sin dejar rastro. Finalmente, las veo alejarse ágiles buscando el fluir profundo de las aguas.
¿Actos así crean el mundo? ¿palabras casi muertas que despiertan y saltan cada día de un mundo de cosas planas?
También veo la palabra ''Justicia' agonizante cerca de la proa de la barca. Veo la palabra 'Libertad' con sus branquias saturadas de espumas. 'Justicia' y 'Libertad' no parecen estar ya con fuerzas para saltar. No se mueven. Apenas se agitan. Parecen haber estado dando vueltas, durante siglos, en una noria imparable. Sin respiración. Casi sin significado. Casi secas. Casi cáscaras. Justicia y Libertad.
Ahora dibujo una orilla, remato la barca atándola a un árbol cercano. Dibujo un camino que serpentea hacia un horizonte lleno de ramas, de ojos y de labios. Dibujo también unas botas manchadas de tinta. Y sigo el camino, sin prisa, línea a línea, trazo a trazo, por este mundo de cosas planas.
jueves 1 comentarios

Por eso

Escultura: Nazar Bilyk

Porque coleccionamos
sombras y sueños
en ciudades hechas
de metales ciegos;
porque bajamos
hasta el corazón
y hallamos
calles vacías de aliento
en días inciertos. 
Porque no estamos ilesos,
por eso.
Porque nuestra garganta
gritó derechos,
palabras como cataratas
de roca ardiendo;
porque somos
el eco de un tiempo
que quiso quemar
deseos con vértigos.
Porque compartimos
silencios,
por eso.
Por eso te miro
y resulta a la vez mirarme
un momento,
y resulta ver que yo soy tú
y tú eres yo,
gotas de lluvia
de un mismo cielo
buscando el mismo
común océano.
Por eso.


De 'El Jardín roto' [1977]
sábado 0 comentarios

Tantas voces hablando a la vez.



—¡Tantas voces hablando a la vez!¿cómo distinguir la tuya?—dijo mientras me miraba tapándose los oídos. 
Se superponen, se multiplican, chocan como bolas de billar y saltan significados que son añicos de un espejo roto; saltan hacia orejas perforadas, hacia cajas registradoras, hacia bolsillos sin retorno,  pero nunca hacia los agujeros, sino fuera, siempre lejos de la mesa, lejos de las manos que esperan.

Alguién dice ‘amor' y la bola choca con otra que dice ’tormenta’, y lo que se oye es ‘cierra la puerta que entra frío'. Y la puerta se cierra, quizás para siempre.
Alguién dice ‘muerte’ y la bola se incrusta con otra que dice ‘miedo' y lo que se escucha es ‘hace frío en mi frente’. Y deja de pensar, quizás para siempre.
Alguién dice ‘voluntad’ y la bola busca otra con la palabra ‘consciencia’ y se detiene confundida porque no encuentra ninguna, sólo nieblas y objetos derritiéndose. Y deja de hacer, y de querer saber, quizás ya para siempre.

Suenan como balas perdidas que rebotan una y otra vez contra las mismas paredes elásticas. A veces se suman, otras se restan. Saltan hacia párpados pegados, hacia números mudos y ciegos, hacia bolsillos hechos de colmillos,  pero nunca hacia los agujeros, sino fuera, siempre lejos de la mesa, lejos de las manos que esperan.
—¡Tantas voces hablando a la vez! ¿Y la mía?-dijo. Y, ¿cómo dintinguir la tuya?
miércoles 0 comentarios

La mirada de los árboles





 


Hace unos días, al detenerme en un semáforo en rojo -frente al edificio del Palacio de Justicia- sorprendí a un árbol mirándome. Me ocurre de vez en cuando, sobre todo durante el otoño. Sin bajarme del coche, casi como un acto reflejo, saqué una pequeña cámara de fotos que siempre llevo conmigo, e hice dos clics casi seguidos, antes de que el semáforo cambiara a verde. Una de las fotos quedó borrosa. La otra es la foto que comparto junto a esta nota.
¿Que por qué nos miran? Sospecho que nos miran porque en otoño se va cayendo la luz de nuestros cuerpos. Durante el otoño, el lirismo de los árboles se acrecienta, y va dejando paso, poco poco, a la tragedia: en invierno, el dibujo de las ramas contra el cielo es un drama escrito con brochazos retorcidos de tinta negra.
Nos miran por lo mismo que nosotros les miramos. A fin y al cabo, nuestras células contienen todo su lirismo y toda su tragedia. Como las hojas, nuestras células transforman la luz en energía y mueren renovándose en su propia primavera.
Creo que los árboles no se dan cuenta -como nosotros no nos damos cuenta de tanto- que se van adormeciendo poco a poco y cayendo en su sueño de savia casi quieta. Nos miran desde ese sueño.
Pero ellos también ven cómo nosotros nos vamos apagando hasta quedar ensombrecidos en el frío de nuestras rutinas sordas y ciegas. También nosotros les miramos desde nuestro ver adormecido. También nosotros, como ellos, y a la par, nos vamos quedando sin hojas, desnudos tras el escudo de nuestras duras cortezas.
 
;