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Esto no es un poema (2)


Imagen: Anidación de aves en el templo de Horus, en Egipto.

Creamos realidades socialmente. Las creamos compartiendo lenguajes. Las organizamos y mantenemos cuando damos y recibimos palabras e imágenes,  gestos y signos, símbolos y señales. 
Creamos realidades. Tantas veces con uñas, con ojos sin pápados, con dientes. Creamos realidades. El arte bien lo sabe. El arte de cualquier cultura, de cualquier tiempo. El arte, que no es la realidad. Tampoco soy de los que piensan que la realidad es arte.
El arte es sólo la Gran Metáfora. Nos habla de cómo creemos y cómo creamos. La realidad está al otro lado del puente, esperándonos. La Gran Metáfora está en los museos, en las cuevas, en los templos, en los teatros, en los libros; la Gran Metáfora está en la calle.
Creamos realidades socialmente. Las creamos también a través de vacíos, de ausencias y silencios. Vacíos que son el hueco del nido en el que incubamos la metáfora. Ausencias que son vuelos en busca de ramas para construir nidos. Silencios que son protección para permitir el crecimiento de lenguajes.
Construimos realidades. Es decir, construimos relatos. Porque ¿qué podemos hacer sino interpretar, reinterpretar y sobreinterpretar, una y otra vez, la experiencia?

(Para el Día Internacional de los Museos 2020)


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Encantamiento



Imagen: Wolfgang Lettl.


Los poemas, hermanos de la música, también necesitan ser repetidos una y otra vez; invitan a ser releídos y reinterpretados en tiempos y espacios diferentes. Ocurre así probablemente porque los poemas necesitan adquirir presencia, para llegar a ser acompañantes -como la música- del pensamiento y el sentimiento. Necesitan acoger, como el nido acoge al pájaro, a la emoción inquieta o agotada.

 

Como en la música, en un poema la repetición de su edición y su relectura es esencial para que suceda el encantamiento, que no es otro que el de aspirar a ser sombra y luz, acompañar justo en el momento en el que se necesita un significado no sólo racional de una experiencia o de un silencio. 

 

Personalmente prefiero la lectura interna -valoro la poesía espectáculo, pero soy más lector que público (y más pájaro que rebaño, si me permitís la inmodestia). Busco la lectura íntima, en silencio, y vuelvo una y otra vez, casi cotidianamente, a los autores y a los poemas que en algún momento despertaron en mí resonancias e intuiciones, y se convirtieron en acompañamiento.

 

Por eso, no os extrañe que repita poemas ya publicados. No es mi intención con ello darme ninguna importancia. Mi única aspiración es que los poemas tengan la oportunidad de adquirir presencia. Y acompañar. Es decir,  dejar que ocurra el encantamiento que contienen.

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Las bocas, como un cuadro de Francis Bacon


Imagen: Francis Bacon, 1952.

Los ojos, cerrados. 
Los dedos ocupados
en mantener bajados los párpados.
Los gestos, anestesiados 
por la repetición obsesiva de los actos mecánicos.
Los dientes, desgastados
de tanto morder con ansiedad los huesos de los sueños.
Los pies, cansados
de ir y de venir de aquí para allá
persiguiendo y postergando deseos.
Mientras, el corazón
como una ciudad bombardeada:
ventanas que cuelgan sin sus casas,
puertas abiertas sin sus manos,
pájaros sin sus alas posados sobre escombros.
La vida que se enreda, 
no sé si buscando luz o sombra,
se enreda como hiedra que escala; 
no sé si crece o decrece,
no sé si hacia dentro o hacia fuera,
la vida que se enreda 
entre muros rotos y humeantes, 
entre objetos con anzuelos camuflados
entre dulces silencios imantados.
Los ojos, cerrados. 
Las manos, atadas.
Y las bocas, aunque hablan y hablan,
y chillan y muerden y sangran y atacan,
las bocas, como un cuadro de Bacon 
colgado en el perfil de una sombra.
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Esto no es un poema (1)

Imagen: Simon Becke.

 

 

Ese empeño de confundir la vida con lo lleno, 
con el ruido y con lo rápido, 
deja vacíos saturados de errores
y agujeros, 
deja inercia en los actos,
y deja sobretodo -permitidme la metáfora- 
lleno de todo tipo de plásticos
el silencio.
Por eso, ahora, reivindiquemos
nuestro derecho a entretenernos sin mediadores,
a ejercer de curiosos sin pantallas de por medio,
a asombrarnos ejerciendo los cinco sentidos.
Reivindiquemos, siempre,  la posibilidad
de experimentar el mundo
haciendo uso de nuestros propios recursos,
y no sólo para pasar el rato,
sino, sobretodo, para adquirir
conocimientos, sobre lo que nos rodea,
sobre lo que somos.
Reivindicar también, intensamente,
la práctica de nuestro derecho a no hacer nada, 
a no ser productivos,
a no acumular cada día informaciones inútiles,
a escuchar sin decir nada,
a no ser comunicativos ni acumulativos,
y a caminar despacio
sin ir a ningún sitio.
Esto no es un poema.
(O sí).
 
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