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No hay humanos no creyentes

Collage: Sammy Slabbinck

Creer en un Dios* -en uno u otro-
es humano.
 
Los creyentes en un Dios
llaman no creyentes
a los que no creen
lo que ellos creen.
(Bueno, vale,
llamemos a esa creencia fe.)

Los que no creen en un Dios,  
llaman creyentes
a los que no creen lo que ellos creen.
(En el fondo, sospecho,
otra forma de fe)

En realidad, propongo,
no hay humanos no creyentes.
No hay humanidad sin fe.
Creer es inseparable
de ser humano.
 
Pero las palabras, claro,
nunca han sido inocentes.
Unos y otros han luchado,
-incluso guerreado, aterrorizado;
y también dado y quitado-
 
para apropiarse
de los significantes 
y llenarlos
con su exclusivo
significado.
 
*(Hay palabras que, conscientemente, no utilizo. Una pequeña lista. Ésta es una de las incluidas en la lista. Aquí hago una excepción).
 
 
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Ficciones




Es preciso repensar cuanto antes
las ficciones más exitosas,
ficciones al fin y al cabo
que cada día recreamos:
por ejemplo, el dinero,
tan real y a la vez tan imaginario;
el dinero que es red y es anzuelo,
que es remo y es pescado;
el dinero que es tan concreto
y a la vez tan abstracto,
que es buey que tira
y es surco en la tierra
y también arado.
¿Qué artista es capaz de crear
una ficción tan detallada,
tan astutamente infiltrada
en la propia realidad?
Por ejemplo, el tiempo, 
esa obra de arte invisible,
tan aterradora y perfecta,
y que nuestro día a día alimenta;
el tiempo del reloj
y el tiempo de nuestro calendario,
el tiempo que nos succiona y ordena
la ceguera y los abrazos.
¿Qué artista es capaz de armar
una ficción tan callada,
tan astutamente camuflada
en la piel de cualquier verdad?
Es preciso repensar cuanto antes
las ficciones más exitosas;
ficciones al fin y al cabo
de simios re-evolucionados.
jueves 0 comentarios

Correspondencias

Imagen: Joan Miró


La tierra
cargada de semillas
esperando germinar.
Mi mente
sembrada de pensamientos
creando realidad.
El cielo
lleno de estrellas.
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Miradas

Foto: Negativo de luz de una mirilla, de Ernesto Sin Tierra.


Se junta la luz
en una mirada;

en una mirilla,
se quiebra.
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Epigrama 3



Pintura: Odilon Redon,  Silence, 1900.

("Un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio"
J.A. Valente).

Un poema
sólo es ruido,
trueno dentro del trueno,
grito en el grito,
fuego en el fuego,

si antes
que su palabra
no se escucha
el silencio
que lo contiene.
miércoles 0 comentarios

No hay más tiempo

Imagen: Edgar Ende


  

No hay más tiempo que este tiempo,
tiempo sumatorio de todos los instantes,
ni más sabiduría
que esta llama vacilante
que el soplo de los días encoge y estremece,
o inflama o apaga otras veces,
mientras se mezcla
con este mismo fuego que quema la tarde.
No hay más noche que esta noche,
que es también todas las noches,
noche de manos que rebosan
vacíos y estrellas,
noche de ojos rotos por misterios
y azares.
No hay más tiempo que este instante,
instante sumario de todos los instantes,
en el que vivir
es tan semejante a caminar entre nieblas,
tan parecido a andar descalzo
sobre restos
de disfraces.
No hay más día que este día,
que es también todos los días,
ni más sabiduría
que esta llama vacilante
que el amor y la muerte reclaman como suya,
y como suya encienden y apagan,
y acarician y muerden,
entre sueños de pétalos
y alacranes.
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Canción de vuelta a casa


Imagen: Mike Worrall

Vuelvo a casa con mis manos cargadas
de ladrillo y tiempo,
después de un intenso día
de edificar puentes que no se sostienen
si no se andan.

Vuelvo a casa
y en el polvo del camino
no encuentro huellas,
sino dientes que han masticado los pasos,
y miradas que han inventado sus ojos,

y puentes entre los ‘tutús’ y los ‘yoyós’,
puentes entre los reflejos y sus espejos,
entre un corazón y otro corazón.

Vuelvo a casa,
y antes ponerme a soñar
lavo bien mis manos cansadas;
desmonto poco a poco los puentes edificados,
entre las nieblas y esperanzas,

puentes entre la desnudez y la coraza,
entre un significado y otro significado,
puentes entre la calma y la batalla.

Vuelvo a casa con mis manos cargadas
de ladrillo y tiempo,
después de un intenso día
de edificar puentes entre silencios,
puentes entre palabras.

Puentes que no se sostienen
si no se andan.
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Esta música que ahora pliega mi silencio



 
Este instante recreado, enviado de vuelta
a través de una música muchas veces compartida;
 
este instante que se enciende y se apaga,
y me cubre con una manta hecha de alas y ternura.

Este instante arañado y desgastado desde adentro
por caminos que secuestran los pasos y los signos;

este pobre instante que se pega a mis abrazos
como el hielo al amanecer de los inviernos.
 
Este instante, sombra de la luna, eco de unos ecos,
es sólo el recuerdo de una emoción contenida,

una emoción que no quise borrar del cuaderno
en el que anotaba los vértigos de mis sueños.

Este instante recreado, como enviado de vuelta
a través de esta música que ahora pliega mi silencio.
 
 
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Cuando éramos niños


Imagen: Fuente en la que jugaba de niño, 
y en la que pensaba cuando escribí este poema. 
En la plaza de Valverde de la Vera (Cáceres), 
el 25 de Agosto de 2019.

Cuando el niño era niño 
no sabía que era niño.
Peter Handke
 (En Canción de la infancia’)


CUANDO ÉRAMOS NIÑOS

Cuando éramos niños, 
las nubes eran tantas cosas;
por ejemplo, grandes navíos 
atravesando el cielo,
o animales o caras 
que cambiaban de forma
al ritmo de nuestros sueños.
Cuando éramos niños, 
el chorro de la fuente
era una gran cascada,
y el pilón y los regueros
que dejaba el agua,
ríos para navegar o naufragar 
con un simple palo
entre nuestros dedos.
Cuando éramos niños 
el mundo no tenía sombras
y muchas cosas carecían
de nombre y de forma,
y los límites del mundo 
aún no habían congelado
las fronteras de nuestro silencio. 
Cuando éramos niños, 
las nubes eran tantas cosas.
Por ejemplo, grandes alas 
esperando nuestros cuerpos;
y sólo había seis adjetivos
-alguno más, alguno menos-:
bueno, malo, grande, 
pequeño, bonito y feo.

 
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