miércoles

Elogio del agua


Acuarela (100x70 cm), Benito Herreruela, 1993.



He pasado mucha horas jugando con acuarelas, sobre todo con las líquidas. Sumergía en agua -en una bañera-, papeles grandes y los dejaba secar. Luego, con una brocha, volvía a humedecer algunas partes y lanzaba colores, saturados y diluidos, y me dejaba sorprender por las formas y colores que surgían. Puro juego. Sin ninguna pretensión de hacer arte.

Entonces vivía en una buhardilla y tenía acceso al tejado, en la parte baja de las ventanas; si empezaba a llover, cogía un papel con manchas de acuarela seca y por un instante dejaba que las gotas golpearan los colores creando diferentes tonos y volúmenes, servidos en bandeja para mi mirada y mi imaginación.

He compartido a menudo experiencias así en mis talleres con personas con autismo, con buenos resultados, persiguiendo objetivos de disfrute, desbloqueo de expresión y motivación. En vez de lluvia, hacemos salpicados, remojados, soplidos, dejamos que el agua con el color corra por la hoja y genere una experiencia intensa e incontrolable como la propia vida.

Como expresión de mis necesidades, más tarde dibujaba encima de las manchas resultantes, dejándome llevar por las propias formas surgidas del agua, resaltándolas con líneas blancas, o realizaba un ejercicio de proyección de imágenes internas sobre las formas de las manchas. Necesidades expresivas personales de aquellos días.

Pero observar y atrapar las formas cambiantes del agua fue finalmente lo quedó grabado en mi recuerdo: experimenté que sus formas eran las que resultan de todos los ritmos, movimientos y fuerzas que nos rodean. De ahí que predominaran formas curvas y espirales, como ocurre con el flujo y la corriente del agua en los ríos.

El agua no sólo se adapta a todas las formas y a todos los ritmos, no sólo contiene y refleja todo lo que la rodea, también expresa. Experimenté entonces que, en gran parte, somos expresión del agua. Sólo por conocer y sentir el agua, ya merece la pena haber vivido.

Carnaval, acuarela (70x50 cm), Benito Herreruela, 1993.

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