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Esta cárcel que estamos construyendo






Esta cárcel que estamos construyendo
nunca estará terminada.
Como las nubes, así cambian
las paredes de sus celdas;
y los barrotes,
construidos con palabras prefabricadas,
son más duros que el acero forjado,
y brillan como el oro alumbrado
por el hacer de las estrellas.
Esta cárcel que estamos construyendo
con nuestras manos atadas,
y con nuestros labios pintados
con el color del mercado,
y con nuestros pasos marcados
con dígitos en el cielo,
nunca estará terminada.
Cada tiempo -y así el nuestro-
se define por la cárcel que construye,
y son las cárceles y no las alas,
las que cuentan en la historia;
y son las normas que rigen en cada cárcel
las fronteras a las que finalmente
llamamos libertad.




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Encuentro con Miles Davis




Mis encuentros imaginarios con poetas no se han diferenciado mucho de mis encuentros con algunos músicos. Han sido encuentros con menos palabras, pero no con más silencios.
La música de Miles Davis me ha acompañado desde muy joven;  sin un disco como ‘Tutu’ quizás algunas neuronas dentro de mí se habrían extinguido; eso creo porque la música, como la poesía y el arte, nos comunica actitudes ante la vida, formas de interpretar lo que nos rodea que en primer lugar llegan al cerebro conectando partes dormidas. Eso creo.
Y la actitud de Miles Davis siempre fue la de un eterno buscador, un agitador de sonidos buscando silencios para plantar en ellos deslumbrantes escultura sonoras, notas cargadas de sentimientos, graffitis hechos con sonido en los muros envejecidos del jazz, olas en los límites de la música con la orilla de cualquier arte. 
Probablemente, en este encuentro imaginario con Miles Davis, al intentar yo abrir la boca para decir qué sé yo, me haría un gesto de silencio, llevando su  indice a los labios; y acercaría luego su desgastada trompeta hasta apoyarla en el mismo lugar que poco antes puso el índice, para esta vez llenar el silencio de una luz relampagueante, una luz fuerte e intermitente, luz hecha de notas secas y otras húmedas, notas cortas y otras largas, fijas e intermitentes como la luz de las estrellas y brillantes y turbias como las colas de los cometas.
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Mi último destino


Así como el agua refleja cada luz
sin tener en cuenta el origen
de su energía;
como la pelota bota y rebota
sin preguntar la hora
a la mano
que la impulsa;

como la rueda gira y se detiene,
y se detiene y gira
sólo dando valor
al centro
que la sostiene,

así las burbujas de mi atención
se reflejan y botan y giran,
sin tener en cuenta el origen
ni la mano,

solamente el centro
del ojo del huracán,
la pupila inmóvil,
el vacío en el corazón
de la cerradura;

solamente la llave
que suena y gira,
que cierra y abre,
como el agua que refleja cada luz,
mi último destino.
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Un trabajo sin fin



Dos altas montañas: una con aristas cortantes e iluminadas, símbolo de la realidad; la segunda, siempre envuelta entre nieblas, símbolo de ideales y de sueños.Entre esas dos montañas un día encontré un Gran Lago. Sobre la superficie de sus aguas empecé a escribir palabras que reflejaran lo que estaba experimentando, pero sin sospechar lo que ahora atesoro: la gran profundidad de esas aguas, la ferocidad y la belleza de su naturaleza, los ocultos valores de sus fondos.

La primera palabra que escribí fue Libertad. Luego, sin apenas espera, Amor. Fue como golpear con mis puños en la puerta de la vida. Una pequeña ola borró el eco de esas palabras y una puerta se abrió misteriosa y chirriante. Poco después -el tiempo aquí poco importa-, una lluvia de sentimientos cayó sobre la superficie del Lago. Durante algunos años llovió como si la vida fuera sólo un diluvio de palabras y emociones, un golpearse contra muros hechos de miedos y desafios e inercias. (Y recuerdo que cada gota de lluvia contenía un misterio, una emoción con la forma de un signo de interrogación).

Cuando acabaron aquellas lluvias, pensamientos sin forma flotaban en la superficie de las aguas como astillas rotas, restos caóticos de un bosque destruido, formas desafiantes de un puzzle inacabable. Siguieron más tarde años de preguntas, interrogaciones sin fin cuyas respuestas eran nuevas preguntas que resquebrajaban el suelo de la razón con profundas grietas, continuos terremotos rotundos e impredecibles.

Después de algunos años, sobre una roca saliente del Lago, apareció antes mis ojos una figura que era yo mismo. Entonces no fui capaz de ver la importancia, pero ese desdoblamiento resultó ser un distanciamiento fundamental, cambió mi punto de vista y me llevó a ser el observador de mis sentimientos y pensamientos. Fue el inicio de la búsqueda de mi verdadera voluntad.
¿Qué era lo que yo quería? La pregunta resonó durante años en cada uno de mis actos, y parecía ,quizás pura ilusión, unir mis sentimientos con mis pensamientos y mi acción.

Ahí no acabó mi búsqueda. La voluntad -y su sombra la libertad- eran un reflejo más en las aguas sobre las que escribía. Cuando quise ir más allá, necesitaba una luz, un aglutinante que soldara los sentimientos con los pensamientos y la acción, pues frecuentemente se oscurecían y deshilachaban como nubes de tormenta, y sus rayos deterioraban mi energía. Lo encontré dentro de mí. Siempre había estado ahí. Ese aglutinante era la atención. Pero había que liberarla porque estaba -está- a menudo secuestrada. Desde entonces ese es mi trabajo, un trabajo sin fin, la escritura sobre el agua, y ser dueño y señor de mi propia atención.

Pero esa es ya otra historia. Y amanece. Y el amanecer siempre cambia cualquier narración.
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Soñadores y dormidos

Foto: Laurent Laveder

Hay soñadores que nunca despiertan
y sin embargo están muy vivos;
y hay dormidos que nunca sueñan,
que pasan por la vida como fantasmas
a los que faltara espíritu y materia.
A menudo se confunde a los soñadores
con los dormidos; pero hay diferencias:
para los soñadores su sueño es su vida;
 para los dormidos, la vida es un sueño
que ocurre sin darse cuenta;
los soñadores miran horizontes lejanos
y sus ojos rebosan de ventanas abiertas;
los dormidos vagan entre puertas cerradas,
o andan sonámbulos por caminos de nieblas.
Unos y otros, soñadores y dormidos, flotan
sumergidos en el gran sueño de la existencia,
ese sueño que consiste en creerse despierto,
envueltos en una continua inconsciente presencia.
Los dormidos nunca salen de ese sueño;
pero hay soñadores que a base de soñar, 
despiertan.

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Flor para la tumba de Breton


 
Foto: Mister Blick

A mediados de los ochenta, cuando salía a dar un paseo nocturno sin rumbo por las calles de Vitoria-Gasteiz, algunas veces me encontraba con Mariano. 
En esos encuentros acabábamos inevitablemente hablando de poesía -también de gatos- mientras le acompañaba un rato en su trabajo de recogida de cartones, que luego vendía al peso. 
También compartíamos entonces los poemas que teníamos entre manos, poemas que, literalmente, llevábamos encima, porque los estábamos escribiendo en ese momento y eran parte de nosotros.
La primera escritura de este poema la compartí con Mariano en esas circunstancias y le gustó especialmente, tanto que años después todavía a veces me lo recordaba.
Hoy recuerdo esos momentos con afecto. Y  con un poco de nostalgia.



                                                             A Mariano Íñigo, in memóriam.

 

Con los pies llenos de alas y cafés con leche,

hago una flor con las cenizas de todas las palabras:

campanas que son armas terribles tu inquieta boca,

cuando el pelo deja de ser nido para ser pájaro,

o cuchillo que partiera el tiempo en dos mitades,

o piedra o puño que de ojo a ojo rompiera la mentira

hilvanando esta suma de instantes no seguidos.

Con los ojos llenos de lenguas y alcohol barato

compongo esta estatua hecha del perfil de un grito,

eco que nombra la muerte como el acto más surreal,

eco que ayuda al parto de ciudades embarazadas de hilos.

Cuando las horas se abren dejando paso al silencio,

qué dar que no sea un insondable abismo:

la máxima desnudez siempre será el mayor vértigo:

llegar al ser desnudo y primero que siempre fuimos.

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Toco tu boca: el texto como música




Ya he jugado otras veces a reencontrarme con textos que tienen una significación especial para mí. Mi frágil memoria quizás no recuerde las palabras de esos textos que algo tocaron dentro, pero nunca olvido las sensaciones que despertaron, las imágenes que me ayudaron a construir, los pensamientos y sentimientos que crearon una resonancia difícil de ignorar en mis propios sentimientos y pensamientos .
Con ciertas lecturas ocurre como tan frecuentemente sucede con la música -son también ritmo, música-, que quedan asociadas a un tiempo, a un espacio, a circunstancias muy concretas. Más tarde pueden -como la famosa magdalena de Proust- ser un detonante de insospechados recuerdos; y cuando despiertan cambian, se adaptan a nuevas situaciones, se transforman en paisajes de palabras, espacio internos, realidades paralelas que acaban fundidas con los propios sueños.
Así, el capítulo 7 de Rayuela, de Julio Cortázar:


 'Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.'


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Líneas

Taller de Expresión Artística de AutismoAraba (noviembre, 2020)

LÍNEAS QUE AYUDAN AL SER
A AFIRMAR SU PRESENCIA

Este texto está dedicado a todas las personas
que han pasado -desde el año 2000-
por los Talleres de Expresión Artística gestionados
por la Asociación AutismoAraba.

Una línea rompe la hoja, la agujerea de rabia;
otra va más allá de los límites, los rebasa
como buscando un mundo. Otra, al contrario,
huye del mundo arremolinándose, penetrante.
Una línea se detiene de pronto, como si su vida
se hubiera acabado en el borde de un abismo;
como si hubiera agotado ya todo su relato,
una línea se convierte en puntos suspensivos. 
Otra se confunde y salta, se borra, insegura
de ser una línea, apenas toca la piel del soporte,
se desliza insinuando nubes o nieblas, cosas
que apenas son trazos, formas, apenas son.
Hay líneas que nacen como un volcán, puro
estallido de adentro que abarca el espacio;
y hay líneas maníacas del continente, jarrón,
forma, líneas simuladoras de objetos, y otras
líneas viajeras que no hacen tanto objetos
como trayectos, recorridos que no cesan,
que no buscan, líneas sin intención, líneas
que ayudan al ser a afirmar su presencia.
Una línea se ha convertido en un horizonte;
otra ha girado y girado hasta simular un sol.
Otra ha construido una puerta y la ha abierto:
por ella han salido murmurando todas las líneas;
¿hacia dónde?¿qué murmuran?
 
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