viernes

Encuentro con Miles Davis




Mis encuentros imaginarios con poetas no se han diferenciado mucho de mis encuentros con algunos músicos. Han sido encuentros con menos palabras, pero no con más silencios.
La música de Miles Davis me ha acompañado desde muy joven;  sin un disco como ‘Tutu’ quizás algunas neuronas dentro de mí se habrían extinguido; eso creo porque la música, como la poesía y el arte, nos comunica actitudes ante la vida, formas de interpretar lo que nos rodea que en primer lugar llegan al cerebro conectando partes dormidas. Eso creo.
Y la actitud de Miles Davis siempre fue la de un eterno buscador, un agitador de sonidos buscando silencios para plantar en ellos deslumbrantes escultura sonoras, notas cargadas de sentimientos, graffitis hechos con sonido en los muros envejecidos del jazz, olas en los límites de la música con la orilla de cualquier arte. 
Probablemente, en este encuentro imaginario con Miles Davis, al intentar yo abrir la boca para decir qué sé yo, me haría un gesto de silencio, llevando su  indice a los labios; y acercaría luego su desgastada trompeta hasta apoyarla en el mismo lugar que poco antes puso el índice, para esta vez llenar el silencio de una luz relampagueante, una luz fuerte e intermitente, luz hecha de notas secas y otras húmedas, notas cortas y otras largas, fijas e intermitentes como la luz de las estrellas y brillantes y turbias como las colas de los cometas.

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