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NO SOY UN POETA ROMÁNTICO (ESTO NO ES UN POEMA IV)

 

Imagen: Albert Birkle.

 
Del arte, como de la vida 
-también de la poesía o de la música, o del teatro...- 
se puede decir cualquier cosa. 
Por ejemplo, puedo decir 
que el arte hoy es un  perro hambriento
ladrando en una calle hecha
con células muerta.
O puedo decir que el arte
-su discurso, su conflicto -el intemporal conflicto
de ser o no ser— 
murió con el siglo pasado
y que sólo quedan cascarones con restos que flotan
en un profundo vacío.
Puedo también decir que la poesía  -el arte,
la música, la danza, el teatro...- 
siempre será esa flor que crece
entre las grietas del asombro, 
como crecen esas raras flores insistentes
entre las heridas del asfalto
-ahí, en los grandes polígonos industriales-
y que cualquier trailer aplasta sin darse cuenta,
y que sin darse cuenta otra capa de asfalto
sepulta irremediablemente, 
sin que socialmente ninguna huella sea dejada
para expresar su existencia.
Pero lo que nunca diría  -ni del arte,
ni de la poesía, ni de la música, ni del teatro...- 
es eso de ‘poesía eres tú’. 
-(Por qué? Por qué?) -me repite el eco del tiempo.
-Porque no soy un poeta romántico.
El romanticismo no es el tiempo que vivo.
Soy biznieto del romanticismo,
nieto de las vanguardias,
hijo de las posvanguardias.
Pero soy, definitivamente -y sobre todo, 
y qué sé yo-
hijo de la poesía social.
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Solo, en el bosque (Imitación de Wang Wei).

Superluna del ciervo. Mari Cortés, 2022

Sentado sobre la hierba, solo,
en una noche de calor,
entre los árboles
del bosque de Armentia,
escribo esta nota.
La escribo a mano
en una libreta alumbrada
por la luz temblorosa
de la linterna del móvil.
Nadie sabe que estoy
entre este espeso follaje.
Sólo la brillante luna llena
acude a acompañarme.
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Peonza lanzada por un niño en el centro de la nada.

 

Imagen: Juliana Kolesova

El tiempo pasa, pero no siempre avanza;
a veces gira, se retuerce y baila
como una peonza lanzada por un niño
sobre la imagen
de una galaxia.
Otras veces, como un reloj estropeado,
el tiempo atrasa, se pone
los apretados zapatos del pasado,
con tacones desgastados
que desequilibran y resbalan.
Y si tiempo es espacio
-como Einstein formuló-
y espacio somos -y por tanto, tiempo-,
también el espacio aprieta
y no siempre abraza.
A veces, como un agujero negro,
nos traga y nos mezcla
irremediablemente
en ese Todo que gira y gira,
-como gira también este poema-
como una peonza
lanzada por un niño
en el centro de la Nada.
 
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