lunes 0 comentarios

Humildad

 

Käthe Kollwitz. Solidaridad - The Propeller Song (1931-32)
 

La solidaridad, practicada en el día a día, 
es un ejercicio de humildad.  
Y viceversa. La humildad, practicada día a día, 
es un ejercicio de solidaridad. 
Respetar las dudas, los errores y aciertos, 
la ceguera o la lucidez,
dejar que cada persona construya su camino, 
y acompañarlo
-si es necesario-
sin desvalorizar ni exaltar,
requiere ponerse en el lugar del otro,
con humildad, con solidaridad.

 

miércoles 0 comentarios

Decirle a una flor que es una flor

 

Imagen: Mariposa en el bosque de Armentia, 2018. B. Herreruela.



 

Decirle a una flor que es una flor;
o a un pájaro que es un pájaro.
Decirle a una piedra que es una piedra, 
o al agua que es agua, 
como si esa palabra quedara condenada,
encerrada en una cárcel;
como si creyéramos que ya hubiéramos
abarcado todo su significado. 

Decirle al fuego que es fuego, 
o decirle al barro que es barro.
O mirar las nubes durante un rato
y ser consciente de cómo cambian, 
y llamar a los pensamientos nubes
y ponerles nombre, 

y finalmente llamar nube
a la nube,
o llamar abrazo a un abrazo,
o bandera -y esto es ya el colmo-
a un trapo.

Qué soberbia -y qué osadía- 
encuentro siempre 
en el lenguaje humano.
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Bastaría ser conscientes de la lentitud

Imagen: Autoría desconocida.

 

Bastaría ser conscientes de la lentitud
con que la vida se convierte en piedra,
o entender cómo la luz
crea átomos, elementos y células, 
o tan sólo entender cómo se forma 
una brizna de hierba,
o cómo se deshace un sonido
hasta ser  indiferenciable
de lo que le rodea.
Bastaría ser conscientes
de una parte muy pequeña; 
bastaría para que la geometría de la vida
nos catapultara hasta las estrellas.
Bastaría ser conscientes de la lentitud.
Bastaría ser conscientes.
Bastaría ser.
Bastaría.
Basta. 
Qué importa decirlo. 
Qué importa.
Qué.
A menudo
resulta demasiado densa y veloz 
nuestra presencia.
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Esto no es un poema (2)

 

Imagen: Atlas, Wlodek Krzeminski.


 
Creamos realidades socialmente. Las creamos compartiendo lenguajes. Las organizamos y mantenemos cuando damos y recibimos palabras e imágenes. Y gestos y signos. Y símbolos y señales. 
Creamos realidades.  El arte bien lo sabe. El arte de cualquier cultura, de cualquier tiempo. El arte, que no es la realidad.  El arte, que nunca quiso ser la realidad. El arte, que quiso ser todos los sueños y ningún sueño.
Creamos. No me incluyo entre quienes piensan que la realidad es arte.  El arte es sólo la Gran Metáfora. Nos habla de cómo creemos y cómo creamos. 
Y La Gran Metáfora está en los museos, en las cuevas, en los templos, en los teatros, en los libros. La Gran Metáfora está en la calle, en la vida.
Creamos realidades socialmente. Las creamos también a través de vacíos, de ausencias y silencios. Vacíos y silencios que son el nido en el que incubamos las historias que sostenemos. 

Construimos historias también a través de olvidos, olvidos que son como las estaciones de un metro, estaciones de espera agujeradas en lo profundo del lenguaje.

Construimos realidades, es decir, construimos relatos, narraciones, ficciones al fin y al cabo, porque ¿qué podemos hacer sino interpretar, reinterpretar y sobreinterpretar -una y otra vez- la experiencia? 

Esto no es un poema.


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El otro ojo del día

 

 

 
Maurits Cornelis Escher. 'Ojo'. 1946. Grabado a media tinta, 14,1x19,8 cm.

 

 

Escribo sin pensar, cogido de nada;
la luz me mira y me atraviesa.  
Pasan pensamientos veloces como rayos, 
pasan espacios de silencios agujereados,
escribo sobre el otro rostro del cuerpo, 
sobre el otro cuerpo de los rostros, 
escribo sobre el otro ojo del día.
Hace un momento subastaba sonidos, 
regalaba muecas de cristal;
luego, me atrapó el sonido del mundo, 
de puntillas y sin tirantes
como el viento a una hoja, 
me cogió suave e invisible. 
Siempre viene y me agarra, 
me arrastra dominante; 
luego, garabateo signos, 
escribo calles, sonidos, ojos, 
cosas en volumen; 
escribo manos, farolas, lluvia, 
cosas sin espacio.
Y más tarde vuelo distante, 
con una mano del día en los ojos
y el tiempo entre los dientes, 
camino quieto, 
arrastro olas de papel y espuma, 
mares de imágenes y de tinta, 
caravanas de sueños muy reales.
Hace un momento subastaba silencios,  
golpeaba voces de metal
en un noria poderosa. 
Ahora escribo sin pensar,  escribo
sobre el otro ojo del día.

 
(Del cuaderno de poemas 'El otro ojo del día', que recoje textos que escribí en 1979)


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Emociones

© Estate of Walter Chandoha, courtesy of Taschen.



Las emociones -me dijo
sin palabras-
no se interpretan,
se acompañan.
Entonces me sentí
como una luciérnaga en la noche
mirando el cielo estrellado.

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Estrategia


Imagen: Caligrama de Guillaume Apollinaire, de 1918.

 
No cuento esto para atribuirme ningún mérito. Es sólo una estrategia. Con frecuencia leo varios libros a la vez, una forma de camuflaje dirigida a burlar la tiranía de la lógica, un juego para emborronar cualquier pretensión de claridad de pensamiento.
 
Abro un libro, leo un verso -o varios-, o leo un párrafo -o dos-, y cambio rápido de libro; cambio cuando las palabras empiezan a convertirse en nieblas o en piedras, cambio cuando cuando las palabras se transforman en cadenas, en jaulas, en rejas.
 
Leo entonces otro verso, otro párrafo, sin orden, rápido, muy rápido, abriendo en cada lectura páginas elegidas al azar, páginas en las que anoto en los márgenes, de vez en cuando, palabras descascarilladas, ecos craquelados, resonancias de lo que la lectura agita dentro de mi.
 
Al fin y al cabo -pienso-, quizá sólo leemos realmente lo que ya está escrito dentro de nosotros. Lo demás, son infrasonidos y ultrasonidos -me digo-, o son sólo fantasiosos cuentos de  poder, o deseos de ser seducidos por la dulce voz de Sherezade.
 
Sherezade narrando eternamente las mil y una realidades para burlar la muerte.
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Selva de palabras (I)

Barbarians Marching to the West, Max Ernst, 1937




En aquella selva los árboles no tenían hojas sino plumas, y los únicos frutos disponibles en las ramas eran palabras. De ellas nos alimentábamos cada día y algunas podían verse caídas en el suelo de la selva, mordidas, simples sílabas, incompletas.
Yo era un primate más en un gran grupo de primates, y defendíamos con violencia nuestro territorio de palabras frente a otros grupos de primates rivales. Los puntos y las comas, las interrogaciones y las interjecciones se las dejábamos a los pájaros y nuestros excrementos, que caían desde lo alto de los árboles, era recogidos cada noche discretamente, ante nuestra indiferencia, por extraños primates que los utilizaban para alimentar su fuego.
Cuando llegaban épocas de sequías y las palabras colgaban secas de las ramas, nos volvíamos muy feroces. Entonces no dejábamos nada a los pájaros, incluso los cazábamos y luchábamos a muerte por la disputa de un punto, de una coma, de un interjección o un interrogación picoteada...
Y cuando alguno de nosotros encontraba puntos suspensivos aún no digeridos en el estómago de algún pájaro, regurgitaba palabras extrañas, no digeribles, palabras envenenadas; entonces, con urgencia, era preciso darle muerte: su vómito constante ponía en peligro nuestro territorio en la selva de palabras.

 
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