El reloj:
un ciempiés con las piernas cansadas.
Sucedió entre dos párpados
—dijo Cesar Vallejo.
Resultó que la lluvia del vecino también mojaba
mientras los impermeables
llenaban con su olor a lágrimas
los ascensores de la risa.
Más tarde,
el ciempiés se puso un reloj en cada pie.
Dijo exaltado :
—¡El polvo de perlas polvo es!
Y poco después, más tranquilo:
—Razones: huecos pelados, esponjas sin vida
absorbiendo deslumbres
para proyectar sombras
que se funden
en el hielo de esta noche.
Y en cada pie del ciempiés
aparecieron pequeños ciempiés;
cada uno con un reloj
en cada pie.
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