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Ciegos de certezas

Imagen: Jean Labourdette



              
Decid a los vendedores de respuestas
que ya vamos ciegos de certezas
y que deslumbran sin piedad nuestros ojos, 
y que con ellas rozando nuestros párpados
no vemos los caminos.
Decidles que lo desconocido 
es un mar sin límites
frente al pequeño charco
de nuestra existencia:
(si, todavía, a pesar de todas la religiones, 
y de todo el arte y toda la poesía, 
a pesar de todas las escuelas de misterios; 
todavía, a pesar de toda la tecnología
y toda toda la ciencia).
Decid -o mejor sugerid- a los vendedores de respuestas
que el respeto frente a ese mar que amamos,
tan lleno de exclamaciones e interrogaciones, 
tan lleno de ser y de no ser, de vacíos y de deseos,
es como el asombro del recién nacido
en brazos de su madre, 
algo así como el asombro del marinero en su navío.
Decidles que ese es -el asombro- nuestro único asidero,
y nuestro único destino.
Id, sugerid a los vendedores de dogmas,
a los vendedores de alas prediseñadas y de cepos,
a los expendedores de anzuelos de mercado,
a los traficantes de etiquetas congeladas
y de bálsamos contra la justa rabia,
que ya vamos ciegos de certezas,
y que añoramos humildad,
y que nos gusta el silencio,
y que seguimos reivindicando libertad, 
-pero siempre junto a igualdad y solidaridad-
Y que, finalmente, no queremos sus guerras
porque sólo aspiramos
a amar.
 
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