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Línea de sombra

Fotografía: Kansuke Yamamoto


Una vez más, línea de sombra,
límites entre lo que fui
y lo que seré,
siendo, sin embargo, el mismo.

Línea de sombra
entre una luz y otra luz,
entre lo que amé y lo que amaré,
entre lo que fue
y lo que aún no ha sido.

La luz es invisible hasta que toca
objetos del mundo
o del pensamiento;
entonces surgen las sombras
que vuelven también visible
lo que permanece en el silencio.

Una vez más, línea de sombra:
frontera entre lo que congela
y lo que arde,
entre lo breve y lo infinito;
límites entre lo que fui
y lo que seré,

siendo, sin embargo, el mismo.

sábado 0 comentarios

Tormenta

Fotografía: Even Liu

Me detengo un momento y miro
a través de la lluvia y la tormenta:
las palabras chocan y se muerden
y los puentes entre un corazón
y otro corazón,
entre una mano
y otra mano,
se tambalean como barcos mecidos
por un ordenado caos
de ciegas olas.


De pronto los sueños parecen
deseos sin sentido,
son como granos de arena
entre los dedos de las manos,
y los actos sacan sus flechas afiliadas
que buscan sus blancos heridos
por terremotos sin sentido.

Las calles que desgasté y desgastamos,
los ojos que miré y me miraron,
las manos que tendí y me tendieron
los abrazos y las caricias, y las palabras
en el cuello de una noche;
y las personas que amé y que me amaron,
y los sueños que prometí y me prometieron,
y las complicidades, y los adioses, y los besos
en el andén de los días,
quedan ahora tan lejanos, tan distantes,
que dan vértigo y señalan la trama
de una fábula vanal o de una cuerda floja.

Pero enseguida mis ojos levantan sus pupilas
de la lluvia y la tormenta, y buscan
de nuevo mis pies y mis zapatos,
y doy un paso y otro paso,
a tientas descubro otros ojos, otras manos,
y entonces sé que sólo la luz existe
y que la tormenta es un paso necesario
para llegar a la calma,
para regar la dicha.
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Pelea de relojes

Fotografía: Sarolta Ban


En mi cráneo de humo
pelean los relojes.
Y la noche se empapa
de preguntas.

Como cuchillos,
así nacen los recuerdos,
como nacen los volcanes,
empujando, arañando
las agujas de este tiempo;

rehacen y deshacen
los nidos hechos
de monosílabos y semillas,
de silencios y deshechos.

Mientras, las palabras
se escurren como ranas,
se sumergen esquivas
en esta charca 
en la que burbujean 
los recuerdos.

Ahora, en mi cráneo,
hay un reloj congelado.
Otro, poco a poco,
se calienta en mi pecho.
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Magnetizado azar



Y si todo no fuera más que puro azar,
eterno movimiento sin principio y sin final;
qué entonces, ¿no sería acaso lo mismo?,
¿no brillaría el mismo sol en el cielo?,
¿la misma noche embarazada de estrellas,
no se alternaría con la luz deslumbrante?;
y el amor y la muerte ¿no jugarían a esconderse
entre las sombras de su péndulo incesante?
En la naturaleza, sólo nosotros
estamos necesitados de significados.
Es humano, significativamente humano.
Pero humano, interpretación, significado,
sería también el puro azar,
y no borraría ni uno sólo de todos los misterios,
y el tiempo, como el hielo agrietándose,
deshaciéndose y cambiando,
¿no crearía eternamente, a pesar de todo,
siempre universos nuevos?
A pesar -o sin pesar-
de que eligiéramos -o no eligiéramos-
creer -o no creer-
que el universo es un eterno
magnetizado azar.
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La función




Un telón abierto. Un sólo foco alumbrando desde lo alto. En el centro del escenario, un único personaje quieto, sentado sobre las tablas; mira con atención a un único espectador en la sala de butacas. Nada más hay en el escenario.
Sentado en la primera fila, en la penumbra, atento a la función, el único espectador permanece tan quieto como el actor. Hay silencio.
—¿Es aquí? -se pregunta el actor escudriñando la oscuridad- ¡Estás ahí!¡Puedo oír tu respiración!
El espectador mira hacia atrás, hacia el patio de butacas. A pesar de estar solo, no cree que el actor le esté hablando a él. El actor da un paso en la dirección del espectador. Se detiene. Se agacha. Mira hacia la penumbra, hacia la butaca en la que el espectador espera. Mira con su mano derecha en la frente, protegiéndose de la luz.
—¡Estás ahí! -afirma rotundo- ¡He venido aquí a ver tu función! —dice levantándose bruscamente- ¡Tu -remarca- función! ¡Es lo único que ahora importa a mi atención!
—Pero ¡tú eres el actor! -dice el espectador, después de un breve silencio.
Mete entonces su mano en uno de sus bolsillos y saca un pequeño papel que agita enérgicamente.
—¡Aquí tengo mi entrada!
Se apaga la luz. Todo queda en la oscuridad. Después de unos segundos, las luces se encienden. Suena una música, algo de Wim Mertens. No hay nadie. Ni espectador, ni actor. Sólo un cartel sobre el escenario en el que puede leerse: ¿Qué pasa cuando actor y espectador son una y la misma acción?
Se cierra el telón.

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El cincel que necesitamos



Utilizamos tantos moldes
hechos y rehechos,
que son escasos los actos
que podemos llamar nuevos,
como escultores
cuya única materia
fuera el tiempo congelado.

Para quitar el sobrante
a cada instante,
o añadirle
lo que le haga más completo;
para compartir 
lo que quizás sólo pertenezca al vacío,
para moldear las realidades de hoy
con las virutas de nuestros sueños,

la palabra, el arte, sigue siendo
el cincel que necesitamos.

Y un poco de silencio.
lunes 0 comentarios

Rescates

Imagen: Chema Madoz
 
 
 
Cada día tenemos que pagar algunos rescates;
un rescate, por ejemplo, para recuperar
nuestros propios pensamientos;
otro, para sostener el valor de nuestra mirada,
o para reponer la luz que somos
o escuchar nuestros silencios.
Un rescate para detener un momento
la noria de la oferta y la demanda
que pudre tantos cuentos
en el mercado de los velos superpuestos;
un rescate por el agua y por el aire,
y por la tierra y por el fuego,
y por el canto de los pájaros y por la brisa,
y por el árbol
y por el techo.
Un rescate también por sentir
nuestros propios sentimientos;
o por mantener abiertos nuestros brazos
a la voz de nuestro silencio,
o por gritar nuestros derechos;
un rescate por querer lo que hacemos,
o simplemente por querer saber
o por hacer sabiendo,
cada día tenemos que pagar 
tantos, tantos rescates.

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Pequeño cubo de arena

Dibujo: Wieslaw Walkuski


Vacíos que llenar,
como un niño en la playa llena
su pequeño cubo de arena:
coge su pala y escarba
en la dócil capa de tiempo,
y carga con calma su cubo
que enseguida voltea,
y hace muros y almenas
y castillos de sueños.
Luego oye que le llaman
y corre feliz al encuentro
del mundo que le abraza.
Pero pronto llega una ola
y derrumba los muros
y sube la marea
y disuelve las almenas
y no quedan sueños, 
sólo nuevos vacíos que llenar
como un niño en la playa llena
su pequeño cubo de arena.
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Domesticado, el 'salvaje' instante.



Pintura: Wolfgang Lettl



Rotos el todo y los añicos del todo.
Rotos el espacio y el tiempo.

Rotos los caminos y las fronteras,
ahora hechas con los muros del dinero.

Rota la palabra por los cuchillos de la imagen.
Rota la experiencia, ahora fantasmas hechos de aire.

Rotos los lugares, convertidos en destinos.
Entre el tener y el tener, rotos los pasajes.

Roto el pasado. El futuro fragmentado
como un puzzle del color de la sangre.

Roto el reloj, como un fractal interminable.
Y en el zoo del tiempo, domesticado,
el salvaje instante.
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Cosas de la vida.

Fotografía: Sarolta Ban



Tienes la llave. La agarras fuertemente. Subes sigiloso unas crujientes escalera. Los pies lentos y tensos, como si estuvieras rodeado de mariposas que duermen. Por fin, llegas. Pero, ¿dónde está la puerta? ¡Maldito olvido!. ¡Maldito tiempo que nada salva!

Más tarde encuentras la puerta. Tanteas despacio una pequeña cerradura. Una mano agarra con decisión un dorado boliche. La otra está dispuesta. Pero, ¿dónde está la llave?. ¿Maldito olvido, o destino, o lo que sea!. ¡Maldito tiempo que todo lo mueve y lo intercambia!.

Y otra vez tragas saliva. Das la vuelta. Pisas sobre los mismos pasos. Callas sobre las mismas calles. Corres y descorres las mismas cortinas de los mismos ojos. Quitas los velos superpuestos que tapan el cadáver del día. Entras en las sombras más oscuras con una débil luz en tu pupila.

Hasta que otra vez encuentras la llave. La agarras más fuertemente. Y subes sigiloso las crujientes escaleras. De nuevo, los pies lentos y tensos, como si estuvieras rodeado de mariposas que duermen. Y te detienes en el escalón del amor. Y más tarde, en el del desamor. Te detienes en el escalón de la muerte. Y más tarde, en el de nueva vida. Te detienen en el escalón de las leyes. Y enseguida también en el de la injusticia. Paras en el escalón del llanto, un rato; y enseguida pasas al de la risa.

Y encuentras la puerta. Y tienes la llave. La agarras fuertemente. Y abres. Por fin, abres. Y encuentras otra escalera que parece llena de mariposas que duermen. Y subes. Por fin, llegas. Pero, ¿dónde está la puerta?.

Cosas de la vida.
 
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