Fotografía: Sarolta Ban |
Tienes la llave. La agarras fuertemente. Subes sigiloso unas crujientes escalera. Los pies lentos y tensos, como si estuvieras rodeado de mariposas que duermen. Por fin, llegas. Pero, ¿dónde está la puerta? ¡Maldito olvido!. ¡Maldito tiempo que nada salva!
Más tarde encuentras la puerta. Tanteas despacio una pequeña cerradura. Una mano agarra con decisión un dorado boliche. La otra está dispuesta. Pero, ¿dónde está la llave?. ¿Maldito olvido, o destino, o lo que sea!. ¡Maldito tiempo que todo lo mueve y lo intercambia!.
Y otra vez tragas saliva. Das la vuelta. Pisas sobre los mismos pasos. Callas sobre las mismas calles. Corres y descorres las mismas cortinas de los mismos ojos. Quitas los velos superpuestos que tapan el cadáver del día. Entras en las sombras más oscuras con una débil luz en tu pupila.
Hasta que otra vez encuentras la llave. La agarras más fuertemente. Y subes sigiloso las crujientes escaleras. De nuevo, los pies lentos y tensos, como si estuvieras rodeado de mariposas que duermen. Y te detienes en el escalón del amor. Y más tarde, en el del desamor. Te detienes en el escalón de la muerte. Y más tarde, en el de nueva vida. Te detienen en el escalón de las leyes. Y enseguida también en el de la injusticia. Paras en el escalón del llanto, un rato; y enseguida pasas al de la risa.
Y encuentras la puerta. Y tienes la llave. La agarras fuertemente. Y abres. Por fin, abres. Y encuentras otra escalera que parece llena de mariposas que duermen. Y subes. Por fin, llegas. Pero, ¿dónde está la puerta?.
Cosas de la vida.
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