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Imagen: Mariposa en el bosque de Armentia, 2018. B. Herreruela. |
Decirle a una flor que es una flor;
o a un pájaro que es un pájaro.
Decirle a una piedra que es una piedra,
o al agua que es agua,
como si esa palabra quedara condenada,
encerrada en una cárcel;
como si creyéramos que ya hubiéramos
abarcado todo su significado.
Decirle al fuego que es fuego,
o decirle al barro que es barro.
O mirar las nubes durante un rato
y ser consciente de cómo cambian,
y llamar a los pensamientos nubes
y ponerles nombre,
y finalmente llamar nube
a la nube,
o llamar abrazo a un abrazo,
o bandera -y esto es ya el colmo-
a un trapo.
Qué soberbia -y qué osadía-
encuentro siempre
en el lenguaje humano.