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El lío de Heráclito

Imagen: Instalación de Chinaru Shiota


Podría escribir el mismo verso
de amor o desamor,
de rabia o de esperanza,
de sed o de desaliento,
escribirlo y reescribirlo
una y otra vez,

y cambiaría
en cada momento,
como cambian su forma
las nubes en el cielo,
el agua en el arroyo,
las dunas en el desierto;

las mismas palabras repetidas,
pero nunca sería el mismo verso,
nunca la misma rabia
ni la misma esperanza,
nunca la misma sed
o el mismo desaliento.

Las palabras, en el poema,
como el agua en el río,
aunque iguales,
nunca son las mismas,
y aunque inocentes,
nunca son ingenuas.
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Todos, alguna vez

Imagen: Remedios Varo.

Todos alguna vez necesitamos otro corazón,
otro corazón que nos filtre el aire, o que disuelva
ese humo sin llama que a veces nubla el día;
no nos basta con el nuestro único, porque cada corazón
necesita al menos dos vacíos para remover la sangre,
uno para querer los recuerdos, otro para olvidarlos.
También alguna vez necesitamos otras manos,
otras manos con las que palpar las grietas del mundo;
no nos basta sólo con las desgastadas manos nuestras,
no nos basta porque las manos son mesas que sostienen
y dedos que señalan, son puertas y ventanas,
y nidos en la noche y alas en la madrugada.
Todos alguna vez necesitamos otros ojos,
otros ojos que reflejen dónde estamos detenidos,
otros ojos en los que disolver nuestros sueños;
no nos bastan los desenfocados ojos nuestros,
no nos bastan porque los ojos son horizontes
y son fondo de uno u otro océano, son límites
y vibración distorsionada,
y son también, y sobre todo,
-el corazón, las manos y los ojos-
a pesar de todo,
lugar de encuentro.
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Roca y rama


Casa. Escultura de Adolfo Schlosser, 1990.

Entre la roca,
parcialmente hundida en la tierra,
y la rama
que crece apuntando al cielo,
el sentimiento,
que busca con su tacto
las raíces que sustentan,
y el pensamiento,
que es roca y es rama,
y que lanza con su honda
la roca al cielo.
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Desde el corazón


Imagen: Jeanne Wells.

Desde el corazón
ha bajado mi boca hasta tus ojos
y se ha bebido el mar
de un sólo trago.

Ya no quedan fuentes
en las plazas de la noche;
las gargantas de los peces
se han quedado sin raíces,
sus escamas se secaron
y son ahora acero helado,
reflejos de algún vacío.

Pero no tengo frío.
Estoy sudando peces de hielo
con anzuelos en los párpados,
pero no tengo frío.

Tengo -a veces caigo hacia arriba-
un reloj clavado en la garganta.
Tengo -a veces muero varias veces al día-
rayos de sol congelados en las pupilas.
Tengo -a veces duermo mientras ando-
un ciempiés con alas en cada silencio,
y un espejo clavado
en el corazón de la noche,
que sólo noche refleja, e interpreta
desde mi corazón,  tus latidos

(De 'El jardín roto', 1977)
 
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