1
Se me rompieron las palabras:
todos los pájaros volaron,
desgastaron el cielo
con el roce de sus alas,
dejaron
significantes sin significado,
cascarones flotando
en el caudal
de mis pensamientos,
trozos de hielo
meciéndose en mi corazón.
Las palabras se hicieron añicos
sobre mi lengua adormecida,
sílabas de cristal estallaron
y cayeron de mis dedos agitándose
como el rabo cortado de una lagartija.
Ocurrió sin darme cuenta:
pensamientos y emociones
chocaron como olas gigantes,
como planetas
o galaxias a la deriva,
y las palabras fueron sólo
cáscaras de huevos vacíos,
cáscaras rotas sobre un nido
convertido en una charca
de aguas estancadas.
2
Pero un día nacieron los colores,
estallaron como un magma, como estalla
la lava de un volcán, se mezclaron
sobre la superficie de la charca,
adoptaron las interminables
formas del agua.
Eran relámpagos en la bóveda de mis ojos,
eran remos para navegar, eran pequeñas alas
en las que se habían transformado mis manos.
Los colores resonaron en el cielo
como una tormenta, rompieron
las sombras y los soles.
El amarillo era un surtidor de luz
y la expandía desde dentro con un sonido suave.
El rojo mordisqueaba agresivo la silueta de las formas
y las llenaba y las inflamaba de ganas de ser.
El azul se paseaba por los contornos acariciándolos
y entraba en los objetos flotando como una pluma
y a veces los disfrazaba de distancia.
Miré el blanco,
tan lleno que simulaba ser luz y era vacío.
Escribí con su luz una primera línea vaga,
sabiduría del que simula saber y no sabe nada.
Encerré un color en una forma vacilante.
Empecé a escribir sin palabras
sobre la superficie de la charca.
Luego miré el negro,
que pataleaba en los confines de la nada.
[Mayo, 2014]
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