jueves

Un trabajo sin fin



Dos altas montañas: una con aristas cortantes e iluminadas, símbolo de la realidad; la segunda, siempre envuelta entre nieblas, símbolo de ideales y de sueños.Entre esas dos montañas un día encontré un Gran Lago. Sobre la superficie de sus aguas empecé a escribir palabras que reflejaran lo que estaba experimentando, pero sin sospechar lo que ahora atesoro: la gran profundidad de esas aguas, la ferocidad y la belleza de su naturaleza, los ocultos valores de sus fondos.

La primera palabra que escribí fue Libertad. Luego, sin apenas espera, Amor. Fue como golpear con mis puños en la puerta de la vida. Una pequeña ola borró el eco de esas palabras y una puerta se abrió misteriosa y chirriante. Poco después -el tiempo aquí poco importa-, una lluvia de sentimientos cayó sobre la superficie del Lago. Durante algunos años llovió como si la vida fuera sólo un diluvio de palabras y emociones, un golpearse contra muros hechos de miedos y desafios e inercias. (Y recuerdo que cada gota de lluvia contenía un misterio, una emoción con la forma de un signo de interrogación).

Cuando acabaron aquellas lluvias, pensamientos sin forma flotaban en la superficie de las aguas como astillas rotas, restos caóticos de un bosque destruido, formas desafiantes de un puzzle inacabable. Siguieron más tarde años de preguntas, interrogaciones sin fin cuyas respuestas eran nuevas preguntas que resquebrajaban el suelo de la razón con profundas grietas, continuos terremotos rotundos e impredecibles.

Después de algunos años, sobre una roca saliente del Lago, apareció antes mis ojos una figura que era yo mismo. Entonces no fui capaz de ver la importancia, pero ese desdoblamiento resultó ser un distanciamiento fundamental, cambió mi punto de vista y me llevó a ser el observador de mis sentimientos y pensamientos. Fue el inicio de la búsqueda de mi verdadera voluntad.
¿Qué era lo que yo quería? La pregunta resonó durante años en cada uno de mis actos, y parecía ,quizás pura ilusión, unir mis sentimientos con mis pensamientos y mi acción.

Ahí no acabó mi búsqueda. La voluntad -y su sombra la libertad- eran un reflejo más en las aguas sobre las que escribía. Cuando quise ir más allá, necesitaba una luz, un aglutinante que soldara los sentimientos con los pensamientos y la acción, pues frecuentemente se oscurecían y deshilachaban como nubes de tormenta, y sus rayos deterioraban mi energía. Lo encontré dentro de mí. Siempre había estado ahí. Ese aglutinante era la atención. Pero había que liberarla porque estaba -está- a menudo secuestrada. Desde entonces ese es mi trabajo, un trabajo sin fin, la escritura sobre el agua, y ser dueño y señor de mi propia atención.

Pero esa es ya otra historia. Y amanece. Y el amanecer siempre cambia cualquier narración.

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