Los ojos, cerrados, amoratados. Los dedos,
ocupados en mantener bajados los párpados.
Los gestos, anestesiados
por la repetición de los actos mecánicos.
Los dientes, desgastados
de tanto morder con ansiedad
los huesos de los sueños.
Los pies, cansados, de ir y de venir
de aquí para allá
persiguiendo y postergando deseos.
Mientras, el corazón
como una ciudad bombardeada:
ventanas que cuelgan sin sus casas,
puertas abiertas sin sus manos,
cuerpos sin su sangre,
pájaros sin sus alas
posados sobre escombros.
La vida humana,que siempre se enreda,
no sé si buscando luz o sombra,
se enreda como la hiedra cuando escala;
no sé si creciendo o decreciendo,
no sé si hacia dentro
o hacia fuera,
la vida entre muros llenos de agujeros
que son sutiles trampas,
entre objetos con anzuelos camuflados
entre metralla,
entre dulces silencios imantados.
Los ojos, cerrados, amoratados.
Las manos, atadas. Y las bocas,
aunque hablan y hablan
y chillan y muerden y sangran
y atacan, las bocas
como un cuadro de Bacon
colgado sin espectadores
en un espacio repleto de sombras.
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