miércoles

La mirada de los árboles





 


Hace unos días, al detenerme en un semáforo en rojo -frente al edificio del Palacio de Justicia- sorprendí a un árbol mirándome. Me ocurre de vez en cuando, sobre todo durante el otoño. Sin bajarme del coche, casi como un acto reflejo, saqué una pequeña cámara de fotos que siempre llevo conmigo, e hice dos clics casi seguidos, antes de que el semáforo cambiara a verde. Una de las fotos quedó borrosa. La otra es la foto que comparto junto a esta nota.
¿Que por qué nos miran? Sospecho que nos miran porque en otoño se va cayendo la luz de nuestros cuerpos. Durante el otoño, el lirismo de los árboles se acrecienta, y va dejando paso, poco poco, a la tragedia: en invierno, el dibujo de las ramas contra el cielo es un drama escrito con brochazos retorcidos de tinta negra.
Nos miran por lo mismo que nosotros les miramos. A fin y al cabo, nuestras células contienen todo su lirismo y toda su tragedia. Como las hojas, nuestras células transforman la luz en energía y mueren renovándose en su propia primavera.
Creo que los árboles no se dan cuenta -como nosotros no nos damos cuenta de tanto- que se van adormeciendo poco a poco y cayendo en su sueño de savia casi quieta. Nos miran desde ese sueño.
Pero ellos también ven cómo nosotros nos vamos apagando hasta quedar ensombrecidos en el frío de nuestras rutinas sordas y ciegas. También nosotros les miramos desde nuestro ver adormecido. También nosotros, como ellos, y a la par, nos vamos quedando sin hojas, desnudos tras el escudo de nuestras duras cortezas.

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