sábado

Tantas voces hablando a la vez.



—¡Tantas voces hablando a la vez!¿cómo distinguir la tuya?—dijo mientras me miraba tapándose los oídos. 
Se superponen, se multiplican, chocan como bolas de billar y saltan significados que son añicos de un espejo roto; saltan hacia orejas perforadas, hacia cajas registradoras, hacia bolsillos sin retorno,  pero nunca hacia los agujeros, sino fuera, siempre lejos de la mesa, lejos de las manos que esperan.

Alguién dice ‘amor' y la bola choca con otra que dice ’tormenta’, y lo que se oye es ‘cierra la puerta que entra frío'. Y la puerta se cierra, quizás para siempre.
Alguién dice ‘muerte’ y la bola se incrusta con otra que dice ‘miedo' y lo que se escucha es ‘hace frío en mi frente’. Y deja de pensar, quizás para siempre.
Alguién dice ‘voluntad’ y la bola busca otra con la palabra ‘consciencia’ y se detiene confundida porque no encuentra ninguna, sólo nieblas y objetos derritiéndose. Y deja de hacer, y de querer saber, quizás ya para siempre.

Suenan como balas perdidas que rebotan una y otra vez contra las mismas paredes elásticas. A veces se suman, otras se restan. Saltan hacia párpados pegados, hacia números mudos y ciegos, hacia bolsillos hechos de colmillos,  pero nunca hacia los agujeros, sino fuera, siempre lejos de la mesa, lejos de las manos que esperan.
—¡Tantas voces hablando a la vez! ¿Y la mía?-dijo. Y, ¿cómo dintinguir la tuya?

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