Imagen: Alen Kopera. |
Que de tanto usar pantallas,
reflejos parecidos a la propia piel,
teclas, dedos en vez de labios,
que de tanto no tener los ojos en el aire,
no se marchiten las propias pupilas,
no se quiebren los puentes de la garganta,
no se congelen los ríos de las manos,
ni los nidos de la calma o de la rabia.
Que con tanto alboroto y tanto terremoto
y tanta maraña y tanta artimaña,
no clasifiquemos ni nos clasifiquemos
como a mariposas recién cazadas,
no confundamos las imágenes con su disfraz,
ni la realidad con sus máscaras,
no confundamos mente con corazón,
ni lengua con oreja, ni mano con espada.
Que de tanto usar pantallas,
reflejos parecidos a la propia piel,
y ‘mouse' o ‘trackpad’ en vez de flechas y lanzas,
no ahoguemos el estar con el navegar,
ni el charlar o el relatar con computar;
que de tanto no tener los ojos en el aire,
ni los pies en el suelo, ni la boca en la cara,
no perdamos el brillo del asombro
en nuestra mirada.
Que con tanto alboroto y tanto terremoto,
y tanto barro y tanto cotarro,
y tanta pandemia y tanta polisemia,
no nos desgastemos ni desgastemos
en el tenaz y fugaz
roce de lo cotidiano.
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