miércoles

Laberinto



 

No recordamos cuándo entramos, ni qué aliento nos empujó a sus intrincados pasillos. Tampoco somos capaces de orientarnos entre tantos bruscos giros y pasos que se reencuentran con nuestras propias huellas congeladas en un espejo infinito.
A un lado y a otro, altas paredes verticales tapan la esperanza de cualquier horizonte y limitan en lo alto con la vista de un cielo cambiante y lejano, a ratos raramente hermoso.
En ese cielo, un pájaro de grandes alas otea con paciencia nuestras idas y venidas; observa con detalle las mareas y el oleaje, la opacidad o la transparencia de nuestro diálogo interno.
Ese pajaro espera nuestro desfallecimiento. Espera nuestra entrega a la ausencia total de esperanzas. Da vueltas y vueltas sin perdernos de vista, sin apenas mover sus alas, sin tregua y seguro.
Pero ese pájaro no será la muerte. Perdida la última esperanza de encontrar la salida del laberinto, nos detendremos y caeremos sobre nosotros mismos, rodeados de nuestras propias huellas, abrazados a nuestras propias sombras.
Entonces el pájaro vendrá decidido a llevarnos; y por fin sabremos -¿quizás demasiado tarde?- que ese pájaro que siempre nos pareció una amenaza, era la única salida.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;