lunes

Ese árbol que es todos los árboles


Imagen: Chema Madoz

Si a una isla que a la vez que desierta fuera un desierto pudiera llevarme sólo una imagen, sin duda elegiría la imagen de un árbol. Si con esa imagen yo consiguiera que un árbol creciera, primero en mi interior, luego en cualquier lugar de la isla, ya dejaría de ser un desierto y pronto también de estar desierta; porque un árbol, tanto en la naturaleza como en imagen interna, es sinónimo de vida.
Los árboles me han fascinado desde que era un niño. Entonces vivía -allí nací- en un valle cercano al Valle del Jerte, el Valle del Tiétar, en Valverde de la Vera, y la naturaleza -y por tanto las sensaciones y la experiencia- se imponía por encima de cualquier pensamiento. Desde entonces siempre tengo un árbol dentro. Ese árbol, que es todos los árboles, es un tesoro incalculable.
Creo que todos tenemos un árbol dentro; cuando ese árbol se borra y en su lugar aparece una línea recta de un sólo sentido y de una única dirección, una línea perfecta y muerta como solo la mente humana es capaz de hacer líneas muertas y perfectas, entonces en la isla sólo nos queda un gran agujero sin fondo, un agujero en el que sólo caben vértigo y nada. Una nada que es desconexión en primer lugar con nosotros mismos, y luego con el mundo que nos rodea. Entonces, cualquier barbaridad es posible.
Ahora pienso que mi isla es ya en realidad un gran árbol y no está rodeada de mar, sino de alas y de aire.

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