SIN RAÍCES
—No tengo raíces —dijo. Las perdí. No recuerdo cuándo.
Sin raíces, la sangre tiende a ponerse espesa y te sientes extranjero en cualquier lugar. El mundo resulta ciego y hostil como una balsa en la noche, lleno de sonidos que no sabes qué significan, ojos que te interrogan detrás de cada frontera, gestos que buscan una respuesta, cuando ni siquiera logras entender la pregunta. Sin raíces, cualquier suave brisa te arrastra en su dirección, y no hay nada que detenga tu vagar sin rumbo de tormenta en tormenta. Te conviertes en una hoja que no sabe a que árbol pertenece, en una pluma caída en la corriente de un río. Y te vas secando poco a poco, como las hojas en otoño, cambias de color hasta quedarte sin luz. Una vez seco, cualquier emoción puede inflamarte. Y un día ocurre, sin darte cuenta, te inflamas, te conviertes en llama. Y enseguida sólo eres cenizas. Polvo en el polvo.
Sin raíces, aprendes qué significa el azar. Y también que sólo hay azar.
Pero puede ocurrir que el azar te regale alas. Que te crezcan invisibles después de un tiempo en la oscuridad. Si tienes esa suerte, entonces te sentirás libre, muy libre, porque cuando aprendes a usarlas, no hay nada ya que pueda sujetarte. Es doloroso, muy doloroso, el crecimiento de las alas. Y una vez que crecen, ya para siempre estarás solo. Solo, pero libre. Como el albatros del poema de Baudelaire, libre y bello agitando tus grandes alas en el cielo, pero torpe y ridículo caminando por el suelo.Huirás de todos los suelos. Vivirás en todos los cielos. Sin raíces, serás un principe de las nubes.
—Me crecieron alas -se oyó murmurar.
Siguió un revoloteo, un agitar de alas que levantó el polvo acumulado en el polvo.