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De como, sin pretenderlo, empecé a dar clases de escritura creativa


Fotografía: Sarolta Ban

En la universidad fui un estudiante de Ciencias. También en el bachillerato. Me gustaban las matemáticas, la física y la biología. También me interesaban -y me interesan- la psicología, la pedagogía y, sobre todo, la psicoterapia. Durante esos años de estudiante, y años después, me dediqué a dar clases particulares de matemáticas y física, entre otros trabajos esporádicos. En mis apuntes y cuadernos de notas, a menudo se mezclaban fórmulas y poemas. Escribir poemas, leer literatura y libros de psicología, fueron centros de interés muy significativos para mí durante esos años. Estudiar filosofía, lengua, literatura, historia, arte, fue algo que siempre hice -y sigo haciendo- de manera autodidacta. Nunca quise mezclar mi interés por la poesía y la literatura con mis estudios académicos.

Un día recibí una llamada para unas clases particulares, una llamada con un propuesta diferente:
-He leído poemas tuyos y me han gustado -me decía alguien, a quien no conocía, por el teléfono- y también he sabido que te dedicas a dar clases particulares.
-Sí, así es -respondí.
-Mira -me dijo-, tengo un hijo al que le gusta escribir y quería proponerte que le dieras clases particulares de escritura.

¿De escritura?¡¿Clases de escritura?!. Estábamos a mediados de los ochenta. Cambié las matemáticas y la física por la escritura; porque después de esa llamada hubo otras demandando más clases de escritura.Entonces no lo supe, pero ese día empezó para mí un nuevo camino. Sin buscarlo, sin pretenderlo. Un camino en el que estoy todavía. El arte, la expresión a través del arte, se sumó a la expresión a través de la escritura un poco más tarde, en los noventa.

Aquel primer alumno de escritura, el hijo de aquella persona que me llamó, fue Iker Jiménez. Iker tendría entonces doce o trece años. Yo, veintiséis o veintisiete. Poco -más bien, nada- pudo significar aquello para Iker. Estuvimos con aquellas clases muy poco tiempo, algunos meses. Aquel mismo año se marcharon a vivir a Madrid. Pero para mí sí tuvieron importancia. Sin esa primera experiencia, quizás nunca hubiera realizado otras actividades de expresión, talleres con los que fui compartiendo y aprendiendo, y haciendo camino al andar.

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