Cuando llegaron los ‘grises’, aquel 3 de marzo de 1976, yo estaba bajo los soportales del edificio que hay frente a la iglesia, esperando, muy cerca del lugar en el que se detuvieron las furgonetas. Tenía 17 años y había acudido a la asamblea con la esperanza de encontrarme con algunos compañeros del instituto ‘Francisco de Vitoria'. En la estampida general, corrí junto a otras personas hacia el portal más próximo, y enseguida -eran años de solidaridad- nos abrieron la puerta del primer piso para que nos refugiaramos de las primeras cargas que ya sonaban.
Desde las ventanas de ese primer piso, mirando tras las
cortinas de la casa, fuimos testigos directos de la acción de la policia; de pronto
-creo que fue uno de los mandos- sacó su pistola y disparó hacia las
personas que habían corrido -como nosotros habíamos corrido hacia el portal- hacia otro lado, hacia ese lugar en que ahora está la escultura
que recuerda los hechos.
Ese es mi recuerdo del aquel 3
de marzo. Por entonces, ya tenía costumbre de escribir poemas. Torpes
poemas, tópicos quizás. En recuerdo de aquel 3 de marzo comparto hoy
este poema escrito ese año 1976 (lo incluí en 'El Jardín Roto’ en 1977).
TODO EL AMOR DEL MUNDO
Todo el amor del mundo
estuvo retenido
entre uñas de hojalata
en un jardín de sangre.
Todo el amor del mundo
fue convertido en lágrimas
y acumulado
en una nube congelada.
Todo el amor del mundo
se perdió
en un laberinto de balas.
Todo el amor del mundo
fue rasgado
por los dientes del tiempo.
(De ‘El Jardín Roto’, 1977)
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