-Sí, ya sé. Toda literatura es inútil -dijo Macario* mirándome con recelo. Narciso mirando su rostro en un río de palabras… Sí. Pero luego olvidando su rostro, siendo sólo el reflejo y observando lo que le rodea a través de una superficie líquida, móvil y transparente, superficie de palabras que se mueven, se mezclan, se confunden, se arremolinan, se beben y sudan, se lloran, se evaporan y salpican.
Ahora me miraba buscando en mis ojos sorpresa o complicidad. No dije nada. Sabía que después de esas palabras llegarían otras nada superficiales, vendría una de esas largas e interesantes reflexiones suyas que siempre, pasado un rato, trato de cortar con cualquier pretexto, para que no se conviertan en un monólogo que siempre va más allá de mi capacidad de escucha.
-Sí, toda verdad es mentira si es lenguaje -continuó después de un breve silencio. Pero por qué entonces otra vez me siento frente a la pantalla e introduzco una memoria en el que simplemente tengo anotada la palabra escrituras, y hago doble clik sobre una carpeta que me lleva a otro clik que presenta ante mis ojos las piezas irregulares de un puzzle del que ignoro que forma o imagen debe construir. Por qué entonces voy al menú y pincho archivo nuevo y miro el cursor parpadeando en la pantalla sobre la página totalmente blanca, y me dejo llevar una vez más por el intento de expresar que sé yo que bulle dentro de mí no como una certeza, nunca como una certeza, sino con los imprecisos límites de la emoción y la imaginación…
Macario disfrutaba; lo veía en las fugaces y esquivas miradas que me lanzaba. Sabía que me tenía atrapado en su discurso. Estaba elaborando en lo que contaba un ritmo que se iba convirtiendo en el inicio de una especie de sinfonía para un único instrumento: su voz.
-En algún momento cogí -voy a decirlo así- esa gripe que es la escritura y cuyos estornudos te sorprenden en los momentos más insospechados; esa gripe que si te pilla con la fortuna de poder llevarte una hoja en blanco más allá de las narices, en ese momento ves el dibujo que el estallido deja, y que resulta ser un residuo de palabras que son a la vez un ritmo que te lleva a otras palabras que son imágenes retenidas vete a saber cuándo, sentimientos no expresados en el momento en el que fueron sentidos, pensamientos que como nubes se deshacen en pequeñas gotitas que olvidan que un día fueron océano, gestos hechos no con un picel sobre un lienzo, sino con sustantivos y adjetivos unidos por artículos y conjunciones que hablan de una cosa queriendo decir otra que a la vez es sólo la mitad de lo que la realidad -partida en dos como está, y sea lo que sea- nos muestra en las palabras...
-Respira, Mac; no te pongas estupendo -le dije, sabiendo que él entendía la referencia de esa expresión a Max Estrella, el personaje de Luces de Bohemia. Es inútil toda literatura, y toda pintura y escultura, y todas las turas que la humanidad ha ido creando para distinguirse de su propio reflejo, y de ese océano inabarcable que es lo que desconocemos. ¿Pero qué haríamos sin ese reflejo?¿Podríamos vivir sin nuestra sombra? Sin esas y otras tantas turas, cómo podríamos morder, masticar y digerir lo desconocido?. No te pongas estupendo, Mac...
*Macario es un personaje que aparece de vez en cuando en diferentes escritos míos. No le conozco todavía mucho, pero sé que es escritor y que vive muy aislado del mundo en el centro de una ciudad grande. Siempre que aparece me sorprende con sus reflexiones basadas generalmente en su experiencia como escritor. A esas reflexiones y anotaciones las he llamado ‘Macariadas’.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentarios:
Tura Satana.
Publicar un comentario