He estado observando mis actos durante todo el día.
Gran parte de lo que he hecho han sido actos mecánicos,
actos que mi cuerpo ha tenido que aprender a hacer,
pero que una vez aprendidos hace, hago, por rutina, sin pensar,
como un conductor automático que no necesita de atención.
Otros muchos actos han sido puramente instintivos,
cosas que mi cuerpo, nuestro cuerpo, hace en todo momento
sin que siquiera nos demos cuenta. Sólo he notado
algún sonido en el estómago, alguna palpitación errante...
Mientras, mis pensamientos vagaban de una cosa a otra,
como adoptando diferentes caretas, continuos e intensos diálogos
que durante algunos ratos he observado con distancia y desapego:
puro carnaval de máscaras hechas para mi sobrevivencia.
Máscaras que hablan entre ellas con lenguajes diferentes,
caretas de agua que adquieren la forma del continente que las retiene,
caretas de piedra tan impenetrables como ojos de diamante,
murmullos de voces alternándose y confundiendo a veces mi propia voz.
He estado observando mis pensamientos durante todo el día.
Y mis pensamietos también formaban parte de mis actos.
Entre ellos, diferentes yos, certezas hechas con escamas de aire,
pliegues entre silencios y laberintos hechos de miedos y deseos,
interjecciones e interrogaciones entre nubes y sueños y estandartes.
Durante todo el día testigo de mí mismo,
sin juicios ni prejuicios, sin veredictos aplicables.