Desde el corazón
ha bajado mi boca hasta tus ojos
y se ha bebido el mar
de un sólo trago.
Ya no quedan fuentes
en las plazas de la noche;
las gargantas de los peces
se han quedado sin raíces;
sus escamas se secaron,
y son ahora acero helado,
reflejos de algún vacío.
Pero no tengo frío.
Estoy sudando peces de hielo
con anzuelos en los párpados,
pero no tengo frío.
Tengo -a veces caigo hacia arriba-
un reloj clavado en la garganta.
Tengo -a veces muero muchas veces al día-
rayos de sol congelados en las pupilas.
Tengo -a veces duermo mientras ando-
un ciempiés con cien alas en cada silencio,
y un espejo clavado en la oscuridad
de cada noche,
que sólo noche refleja, e interpreta
desde mi corazón
tus latidos.
De ‘El jardín roto’ (1977)